Antonio Pujía: un escultor italiano que dejó su huella en Floresta

El inmigrante venido de Italia constituye un símbolo del acervo cultural del barrio de la Comuna 10. Vida y obra de un artista memorable.
Las diferentes olas migratorias dejaron en la ciudad un invaluable legado cultural al que Floresta no le escapa. En ese crisol crecí, entre árabes y gitanos, armenios y judíos, ucranianos, y bolivianos, coreanos y españoles, peruanos e italianos. De este último país era uno de los vecinos más prolíficos de Floresta. Aún recuerdo a mi abuela apretarme la mano y decirme en voz baja y con orgullo “este señor es el escultor Pujia” al verlo en la puerta de su casa de la calle Chivilcoy.
El maestro Antonio Pujia es un símbolo del barrio, no sólo para quienes tuvimos la suerte de cruzarnos con él sino para todos los que en Floresta residan. Basta con caminar por la plaza Vélez Sarsfield donde una de sus obras “Columna de la vida” nos recuerda, hace más de 40 años, que algo tan duro como el mármol, en manos de un experto, puede ser tan blando y sensible como el amor.
Nacido en Polia-Calabria (Italia), Antonio llegó con apenas 8 años a la Argentina de 1937, un país que fue y será «para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino». ¡Y vaya si Pujia lo habitó! No sólo lo habitó, sino que además lo enriqueció. Trajo de su país natal el amor por el arte y la clásica tenacidad del «Tano laburador». Su niñez en el vecino barrio de Versalles -dónde según cuenta en varias entrevistas «había más tierra que casas»- fue el escenario que lo vio crecer y Floresta el lugar que eligió para vivir y crear.
Egresado de la Escuela Nacional de Bellas Artes “Prilidiano Pueyrredón” y, luego, de la escuela superior de Bellas Artes “Ernesto de la Cárcova”, fue también asistente de grandes artistas argentinos como Rogelio Yrurtia. Eligió la escultura cuando al tocar y oler la arcilla recordó su niñez en tierra italiana donde con sus amigos solían ir al río que pasaba por su pueblo a buscar arcilla para hacer juguetes o las figuras del pesebre.
Ligado al barrio desde siempre y de una profunda sensibilidad, participó de forma activa del concurso que definió la obra de “Los Chicos de Floresta” (Plaza Victoria) y fue parte de actividades culturales en el Corralón de Floresta y otros espacios populares y vecinales.
Su obra y su forma de vida sintetizan lo que conocemos como “bohemio”. Fue durante varios años Jefe del taller de escultura del Teatro Colón, empleo que dejó para enfocarse en su obra. También estuvo a cargo de las cátedras de escultura de la escuela “Prilidiano Pueyrredón” y “Manuel Belgrano” y, si bien durante su vida fue varias veces distinguido llegando a ser uno de los artistas argentinos más conocidos a nivel nacional e internacional, nunca dejó de participar de forma activa en la promoción de las artes y las mejoras para estudiantes y artistas. Peleó por una “Ley del Artista”, acompañó asesorando a la hoy UNA (Universidad Nacional de Arte) donde también se rehusó a dictar un curso arancelado por creer que el espíritu de una universidad pública no es el de hacer negocios y junto a varios artistas trabajó incansablemente por devolver a la escuela “Ernesto de la Cárcova” su lugar de excelencia.
La obra, La Donna Dell’ Uva, emplazada en Manarola -Italia- permite dimensionar la talla del artista que fue Antonio, llevando su sensibilidad y talento más allá de las fronteras de nuestro país del que obtuvo la nacionalidad en 1950 y al cual siempre sintió como propio.
Claro que Pujia no es ni fue el único artista del barrio pero sí fue un gran representante de la cultura y dejó en Floresta dos espacios increíbles. Su casa que está sobre la calle Chivilcoy y su taller, una hermosa edificación sobre la calle Gualeguaychú. Participó activamente junto a las fuerzas vivas del barrio y conformó esa ola migratoria que dio entidad a la ciudad. Cuando un personaje de su tamaño muere es normal ver en el barrio murales que lo recuerdan. En este caso no fue necesario porque en vida se encargó de dejarnos su magia y talento en nuestras plazas que gracias a artistas como Antonio nada tienen que envidiar a las plazas romanas o francesas.